La información (y la desinformación) que fluye por la web, afirma Sebastián Castelli, exige examinar prácticas profesionales y conductas éticas del periodismo.
Por Sebastián Castelli *
Un ser mitológico asoló Junín durante algunos meses, allá por los ochenta. El malandrín se desplazaba –dicen– de techo en techo dando gráciles saltos de acróbata. “En el Hospital Ferroviario hay una chica toda arañada, la atacó el hombre gato”, decían algunos. “Entró al gallinero de la tía de un amigo de mi viejo y se comió nueve gallinas y un gallo, a los pollitos no les hizo nada”, aseguraba otro. Cierta noche, a pocas cuadras del club Sarmiento, el vecindario boquiabierto apuntaba su mirada al cielo: alguien había visto al hombre gato alcanzar, de un solo brinco, alturas indecibles.
En las redes sociales de la época –el bar, la verdulería, el consultorio, el almacén– no se hablaba de otra cosa. Cada parroquiano, cada cliente, cada esposa, cada amigo, aportaba su porción de relato. Como una alquimia colectiva y anómica, a paso de cangrejo se hilvanaba una gelatinosa narrativa deliciosa e improbable.
El ubicuo sujeto atemorizaba casi al mismo tiempo distintos puntos de la provincia. Especulaciones y habladurías llegaban a la prensa gráfica que retroalimentaba la fábula. “Dicen que a maullidos y arañazos aterroriza Brandsen” (Diario Popular, 4/08/1984); “Tristán Suarez: con antifaz, capa y garras se arroja de los árboles” (Crónica, 29/11/1984); “Otra vez el hombre gato: patrullas de civiles armados recorren barrios de Burzaco tratando de sorprender al extraño personaje” (Diario Popular, 16/01/1985). En la era analógica las noticias demoraban, al menos, un par de horas antes de llegar a la imprenta. En TV, a lo sumo un breve flash adelantaba la exclusiva del informativo nocturno. Las andanzas del temible felino humano tardaban casi un día en ser devueltas –en formato periodístico– al público que las había generado. Las conjeturas y habladurías adquirían así la certificación de autenticidad mediatizada por los diarios. Los lectores, los vecinos, volvían a completar, reelaborar la noticia para mantenerla viva.
Hoy, aquella dinámica del rumor cobra otra dimensión. A través de la fibra óptica, mediante bits y smartphones, se acelera el proceso y acentúan los errores. Advertimos cómo –casi a la velocidad de la luz– versiones y especulaciones se convierten en materia prima de portales y noticieros. La agenda –muchas veces– tiene por insumo básico y fuente primaria de información un tuit enfermizo, un delirio feisbuquero, un comentario blogueado por ahí. Así de rápido y furioso, de la nada misma se tejen hipótesis sobre un crimen (Angeles Rawson); se aventura acerca del destino de víctimas de un derrumbe (Rosario). Con la misma minuciosa irresponsabilidad llegan a aventurarse inverosímiles derroteros de familias abducidas por platos voladores (familia Pomar). En las urgencias y premuras entronizadas por la inmediatez de la web 2.0, cierto periodismo profesional se suma al juego de ver quién lo anuncia primero, lo que sea, pero primero.
Jorge Luis Borges decía que el periodismo se basa en la falsa creencia de que todos los días sucede algo nuevo. En plena era digital, los plazos se acortan. Aunque no haya nada que decir hay que actualizar la web cada diez, veinte minutos; hay que transmitir noticias 24 horas al día. El resultado podríamos definirlo como inseguridad informativa: abunda el “sería, habría, podría”, sobran conjeturas y presunciones. Falta información. El rumor –afirmación presentada como irrebatible pero sin datos concretos que permitan verificar su exactitud– urdido como única fuente causa estragos entre la prensa y los públicos. La instantaneidad es un valor supremo que desplaza a las primicias clásicas, aquellas noticias que no habrían salido a la luz sin investigación. Las exclusivas generadas a partir de versiones rescatadas de la red se suman a las que el profesor Jay Rosen, de la Universidad de Nueva York, llamó primicias del ego: un periodista publica, antes que nadie, un tema que de todas formas iba a hacerse público. En esa absurda carrera, el yerro y la falacia rigurosa maduran con el vigor de un toro campeón.
La información (y desinformación) que fluye por la web no lo hace en piezas acotadas, cerradas, definidas, sino que se desplaza como una baba vidriosa carente de mayor precisión que, lejos de ser desechada, es tomada como materia prima para una nueva noticia.
Llegados a este punto, comunicadores, académicos, públicos, empresarios y periodistas deben reflexionar acerca del presente y futuro de la prensa. Urge examinar prácticas profesionales y conductas éticas; definir prioridades y objetivos, cuestionar la esencia misma del periodismo como medio facilitador del derecho humano a la comunicación.
* Consultor, docente, investigador. Facultad de Periodismo y Comunicación Social, UNLP.