MENSAJE DE NAVIDAD 2016 del obispo Sergio O. Buenanueva

“Por la entrañable misericordia de nuestro Dios
nos visitará el Sol que nace de lo alto” (Lc 1,78)


buenanueva

SOCIEDAD – SAN FRANCISCO.
Querido amigo:
En esta Navidad, te invito a dejarte visitar por Dios.
Cuando leemos el Evangelio, la persona de Jesús no deja de sorprendernos. En él vemos a qué grado de plenitud puede llegar el ser humano. Nos atrae y conquista con su humanidad.
Sin embargo, el mismo Evangelio nos dice que Jesús no es un hombre más. Él es el Hijo de Dios hecho hombre, el Emanuel: Dios con nosotros.
“Solo Dios podía ser tan humano”, ha escrito alguien, con acierto y belleza.
Por eso, me permito invitarte con la mayor cordialidad: ¡Dejate visitar por este Dios que nos vuelve más humanos!
Él quiere iluminar tu vida, la mía y la de todos, con su luz.
El que ha tenido la experiencia de encontrarse con Jesús, el Hijo de Dios, de ser alcanzado por su mirada y por su Palabra de vida, ha quedado iluminado.
Jesús es Luz que ilumina la vida. Dónde más espesa es la oscuridad, allí su luz, aunque humilde y mansa, se muestra más salvadora: ilumina el camino, paso a paso.
Esa luz es su misericordia, su ternura y compasión.
Ese poder iluminador brota de su misma Persona. Brilla en sus palabras, en sus gestos, en sus actitudes y sentimientos. San Juan declara al inicio de su evangelio: “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria…” (Jn 1,14).
La luz que Cristo irradia e ilumina nuestra vida (su “gloria”), es el amor incondicional de Dios por el hombre: su misericordia, su ternura y compasión. A ese amor, nosotros le decimos “Amén”, entregándole todo, confiándonos a él con todo lo que somos y tenemos.
Esa luz resplandece en el Rostro del Niño que María envuelve en pañales.
La Navidad es una fiesta de luz: la luz que ha brillado en medio de la noche, de la pobreza y de la humildad del Niño que nace en un establo y es recostado por su madre en un pesebre.
Nosotros le decimos “Amén” a un Dios humilde y manso, que no tiene miedo de meterse en lo más oscuro de la noche de los hombres, porque sabe que la luz de su amor es capaz de vencer toda forma de tiniebla.
Por eso, Navidad es también una fiesta de alegría y de esperanza: ¡Jesús es el Emanuel, el Dios que está y permanece con nosotros! ¡Dios que nos tiende la mano y nos estrecha a Él como un amigo abraza a su amigo del alma!
Esta luz que comenzó a mostrarse en Belén, alcanzará su plenitud en la Pascua de su pasión, muerte y resurrección.
Un día, yendo a un retiro espiritual, una joven religiosa albanesa, sintió la voz de Cristo que le decía: “¡Ven, sé mi luz!”. Su nombre era Teresa: Santa Teresa de Calcuta.
Jesús la invitaba a ser ella misma su luz para todos los que experimentaban la oscuridad de la vida: los pobres, los descartados, los tristes y desesperados.
¿No nos está invitando a lo mismo? Nosotros, que hemos conocido la luz del Evangelio, ¿no tenemos que sacudir nuestra tibieza y aprender a compartir esa luz con los que viven en “tinieblas y sombras de muerte” (Lc 1,79)? ¿Podemos guardarnos mezquinamente esa Luz?
Una de las oscuridades más grandes que pueden abatirse sobre el mundo es la indiferencia que, muchas veces, es fruto del miedo y la soledad, como estos lo son de la desconfianza en Dios.
Por eso, al contemplar el pesebre -como hizo San Francisco de Asís- nosotros nos sentimos reconfortados porque Dios ha superado la indiferencia del corazón humano, no a base de retos, ironías o discursos moralistas, sino visitándonos y, así, involucrándose en primera persona con nuestra vida, nuestros logros y fracasos, ilusiones y proyectos, elevaciones y caídas.
Ha llegado hasta lo más hondo de nuestra condición humana para, desde allí, levantarnos de toda soledad que entristece, sostener nuestro vacilante caminar y llevarnos a la plenitud de su bienaventuranza. Es la esperanza grande que sostiene nuestra vida.
Creemos en un Dios amor que es bastante perseverante y no se deja vencer fácilmente por las dificultades. Menos aún por nuestra dureza de corazón. Sabe bien cómo vencer nuestras resistencias, y transformarnos en instrumentos de su misericordia.
Por eso, querido amigo: en esta Navidad, ¡dejate visitar por Jesús!
Y probá también la misma felicidad de Dios, acercándote con libertad y sencillez a quienes esperan una mano amiga, una sonrisa de paz y un gesto de dignidad.
¡Muy feliz Navidad para todos!

buena+ Sergio O. Buenanueva
Obispo de San Francisco
25 de diciembre de 2016