- No hay retórica administrativa ni sueños dorados para reconquistar lo que crees que es tuyo. El impulso de Paul James Mc Cartney trata de un perverso e inconsciente odio o rencor a todo lo que tenga que ver con el Japón.
ESPECTÁCULOS. Primero fue una nipona llamada Yoko Ono la que acabó con una amistad maravillosa y soberbia con su querido John. Luego, por culpa de un un soplo al sobrino de la esposa japonesa de John, acabó en un cárcel de Tokyo durante más de una semana. Y, finalmente, un tipo llamado Michael Jackson, un amigo en que jamás creiría que le robara su alfombra mágica de las canciones de los Beatles , terminara vendiéndoselas a los japoneses de Sony, sin que la propia Yoko le ayudara en un intento desesperado de recuperar sus obras.
La urticaria mental que le produce a Paul todo lo japonés trasciende incluso en su querella contra la corporación japonesa, dueña del muy estimable cuarenta por ciento de los derechos que generan las canciones Lennon-Mac Cartney . Dado su avariento sentido de la vida que es patrimonio de su personalidad , a Paul, con este caso, es como si se lo llevaran los mismísimos demonios de los “samurais” .
En su memoria permanece intacto su rencor , como me contó en una suite de un hotel de Birmingham, poco tiempo después de la muerte de George Harrison . Lo recordaba como un puñal clavado en el cerebro .
Fue la noche en que en aquel frío , desangelado estudio 2 de Abbey Road, John y él firmaron un contrato con una editora de canciones llamada Northern Songs, propiedad de un filibustero de la música llamado Dick James , que más adelante , también por algunos años, se quedó con el cuarenta por ciento de las canciones de Elton John, que había firmado como artista para la Dick James Music, DJM como sello discográfico.
LA FIRMA DEL COCINERO .-
Paul recordaba como el débil manager Brian Epstein les convenció para firmar, porque “así aseguraban los derechos de sus canciones”. Claro que a cambio de un cuarenta por ciento. Fue el año 1962 . ´Cincuenta y cinco años después Paul y Yoko todavía cobran el sesenta por ciento de las ganancias que generan las canciones de “Lennon y Mc Cartney”.
Una historia esperpéntica que nos conduce como en un hilo invisible al primer caso de un músico que llevara a su manager, porque le estafaba con la editorial de sus canciones. Era Buddy Holly en 1958. ¿Saben de quienes son los derechos editoriales actuales de Buddy Holly?. No se confundan: de Paul Mc Cartney. Como los de Jimi Hendrix, Carl Perkins y Harold Arlen, incluso “Love me do” y “P:S. I love you” de los Beatles , porque aquella noche, los temas Mc Cartney-Lennon, , como así firmaban en estos dos temas, no se habían incluido en el contrato de Northern Songs.
Hay muchos más casos de rebeliones contra las editoriales que dicen hacer mucho y no hacen absolutamente casi nada. Ejemplos como el de John Fogerty y sus canciones con la Creedence Clearwater Revival . El suceso de los Beach Boys, con el padre de los Wilson, cobrando los derechos editoriales de sus propios hijos , sin darles nada a cambio .
En el Tercer Mundo la práctica y la rebelión está al orden del día. El caso más llamativo fue el caso de Bob Marley, que tuve que firmar incluso su famosa “No Woman No cry” con el nombre de Vincent Ford , un buen amigo y cocinero de , que le preparaba una sopa majestuosa. A Marley no le quedó más remedio que hacerlo , porque Danny Simms, el pirata de Cayman Music, una editorial de Jamaica , se llevaba hasta el ochenta por ciento de los derechos de las canciones de Marley . Un disparate.
Claro que todo es casi nada , comparado con el tremendo caso de “Cumpleaños Feliz “ , que durante décadas y décadas fue simplemente monopolio de la editora musical Warner/Chappell, una división de Warner Music, que durante años aseguró tener los derechos de la canción y con los que se embolsó grandes cantidades de dinero, a pesar de ser de dominio público.
¿Quien fue el inventor de semejante negocio?. Han pasado siglos desde que Ottaviano Petrucci se aseguró como impresor y editor el monopolio de todas las canciones venecianas que se hacían en el siglo XVI. Es posible que tu editor sea como tu compañero sentimental , pero jamás podrás dejar de odiarlo.