EFEMÉRIDES (por Esteban Dómina). El 24 de marzo de 1976 fue una fecha trágica para los argentinos.
Fue el quinto golpe de Estado del siglo pasado, sexto contando la destitución de Arturo Frondizi en 1962. Los otros fueron los de 1930, 1943, 1955 y 1966. Fue el más cruento, junto al de 1955.
Pasaron 44 años desde entonces. Los menores de 60 años deben tener un vago recuerdo o ninguno de aquella Argentina. Por eso es importante que esta fecha sea una jornada de reflexión.
Muchos se preguntan si se podía evitar. Es difícil conjeturar, pero al menos en mi opinión, sí pudo evitarse. El principal argumento que esgrimieron los autores del golpe fue la lucha antisubversiva. Falaz. Las organizaciones armadas estaban en franco retroceso. Además, en esa misma época, en otros países, la represión de actos terroristas se dio en el marco de la ley.
Si bien el gobierno de María Isabel Martínez estaba agotado, lo mismo que las demás instituciones del estado de Derecho, las elecciones estaban convocadas para el mes de octubre: faltaban escasos meses para que la ciudadanía pudiera cambiar de gobierno. La oposición no apoyaba el golpe. Ricardo Balbín, líder del radicalismo dijo que “todo enfermo tiene cura cinco minutos antes de la muerte”.
No era necesario patear el tablero.
Lo anterior, sucintamente expuesto, lleva a pensar que había razones de orden superior, basadas en la doctrina de la Seguridad Nacional que se aplicó en casi todos los países sudamericanos.
El terrorismo de Estado cobró una dimensión inusitada. Listas negras, detenciones ilegales, secuestros, saqueo, robos de bebés, centros de detención clandestinos, tortura y muerte.
El debate de esa etapa violenta y dolorosa de nuestra historia reciente sigue abierto. A la hora del balance algunos siguen repartiendo responsabilidades equivalentes entre las partes, según la teoría de los dos demonios o, directamente, invitando a olvidar. Incluso, se polemiza acerca del número de víctimas reales, un aspecto controvertido que no cambia las cosas.
Tampoco cabe descargar la responsabilidad solamente en la camarilla militar. Los militares no hubieran podido hacer lo que hicieron sin la anuencia o al menos la prescindencia de jueces, dueños de medios, comunicadores complacientes, políticos omisos, empresarios, dirigentes sindicales e intelectuales que consintieron el golpe, ni de la pléyade de civiles que ocuparon cargos. De eso casi no se habla.
La memoria es un ser vivo, si se la descuida le pasa lo mismo que a cualquier órgano vital: languidece y muere. Por eso, sin odio ni rencores, hay que cuidarla y refrescarla todos los días, como un ejercicio permanente. Sólo así aprenderemos a no repetir errores y tragedias del pasado, empezando por la peor: la del 24 de marzo de 1976.
Nunca más.