¿Cómo reconocerlas y cómo sanarlas cuando somos adultos?
Las heridas emocionales son experiencias dolorosas de la niñez que construyen nuestra personalidad adulta, quienes somos y de qué forma enfrentaremos la vida con todo lo que venga. Es decir, son un factor determinante de nuestro actuar en la edad madura.
ESTILO DE VIDA (Luz Ivonne Ream – Aleteia). Todos tenemos algún tipo de herida emocional profunda que gestamos en la niñez, que nos dejó huella y que nos encaminará hacia el tipo de adulto que seremos: miedosos, inseguros, punitivo, controlador, etc. La buenísima noticia es que también tienen sanación y podemos mejorar. De aquí la importancia de reconocerlas lo antes posible y hacer un trabajo personal profundo para enfrentar de forma valiente -porque el trabajarlas duele y mucho- todas las consecuencias que estas heridas nos hayan dejado.
Se hablan de 5 -o más- heridas emocionales -o del alma- de la infancia que persisten cuando somos adultos. Son las que Lisa Bourbeau menciona en su libro “Las cinco heridas que impiden ser uno mismo”.
1. Herida – La humillación
Nace cuando sentimos que los demás no están conformes con quienes somos. Hay una sensación de desaprobación y de crítica hacia nuestra persona. Cuando de niños de continuo escuchábamos frases como: “Eres un tonto”, esas palabras impactaron nuestra autoestima y esta se lastimó.
Por lo tanto, al día de hoy -adultos- se nos dificulta labrar un amor propio de forma sana porque quizá, como mecanismo de defensa, aprendimos a ser egoístas y algo tiranos, hasta a ser los primeros en humillar para así evitar ser humillados. También se genera una personalidad emocionalmente dependiente.
Para sanar esta herida se requiere de trabajar hacia una independencia y libertad sana.
2. El miedo al abandono
La soledad, el desamparo, aislamiento son algunas de las consecuencias de quien experimentó el abandono en su infancia. Puedo imaginar la sensación tan terrible que debe experimentar un niño al sentirse solo contra el mundo y desprotegido por las personas que se supone le deben cuidar y amar de manera incondicional.
Las consecuencias de estas heridas son terribles en la edad adulta. Son personas que difícilmente tienen relaciones estables y de tiempo porque ellas abandonarán antes por miedo a revivir aquel dolor y a volver a ser abandonados.
Para sanar esta herida se requiere de trabajar el miedo a estar solos, el temor a volver a ser abandonados y aceptar, aunque cueste trabajo, el contacto físico (abrazos, caricias, besos…) Aprender a estar con uno mismo y pasarla bien en soledad.
3. La traición o el miedo a confiar
Esta herida es muy delicada y tiene todo que ver con el creer. Cuando niños, si nuestros padres o personas cercanas no cumplieron las promesas que nos hicieron se nos abrió una herida porque nos sentimos engañados, traicionados, perdimos la confianza.
Esta desconfianza, al no habernos sentido merecedores de que alguien nos cumpliera su palabra, se puede transformar en celos, envidia u otros sentimientos negativos hasta volvernos perfeccionistas, controladoras y personas que no sabemos delegar.
Para sanar esta herida se requiere de trabajar en la confianza, comenzando por la personal, en la paciencia, la tolerancia y la flexibilidad.
4. La injusticia
Son heridas que se gestan cuando en el hogar tuvimos un ambiente punitivo, autoritario y nada cariñoso, lo que nos generan sentimientos de inutilidad e incapacidad hasta convertirnos en adultos rígidos y perfeccionistas.
Para sanar esta herida se requiere de trabajar la flexibilidad y confianza en los demás.
5. El miedo al rechazo
Esta herida se gesta cuando en la niñez sentimos rechazo, ya sea de los padres, de la familia o de los iguales evitando que tengamos un sano desarrollo del amor propio y de la autoestima lo que nos llevará -al no sentirnos merecedores de comprensión o afecto- a aislarnos.
Para sanar esta herida se requiere de trabajar nuestros fantasmas internos, nuestra capacidad de tomar decisiones sin miedo a ser juzgados y no tomar personal cuando la gente se aleje.
Recuerda que tú eres mucho más que tus heridas. No permitas que ninguna te defina de forma negativa o que te controle, antes bien, contrólales tú y haz de ellas un medio de fortaleza, la catapulta hacia tu sanación.