BAJO TU MIRADA, MADRE, SEGUIMOS CAMINANDO
RELIGIÓN. Orientaciones para el Año Mariano Diocesano 2018
“En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judea…” (Lc 1,39). Conocemos bien el relato evangélico al que pertenece este versículo: la Visitación de María. Es el segundo misterio gozoso del Rosario. Rezamos a menudo con él y, seguramente, nos ha inspirado muchas veces en el camino del servicio y la misión.
Sin embargo, ahora quisiera invitarlos a contemplar este misterio desde el lugar de visitados: Zacarías, Isabel y Juan, el Precursor. ¿Cómo se ven las cosas desde ahí? Como ellos, nosotros hemos sido visitados por María. Es más: lo somos ahora mismo. María no deja de recorrer los caminos de nuestra vida para acercarse a nosotros con su sonrisa, su fe, su canto de alabanza y, sobre todo, con el Niño que lleva en sus entrañas. Y, como a Isabel y a Juan, el corazón nos salta de alegría: “¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a visitarme?” (Lc 1,43).
Del relato evangélico pasemos ahora a un preciso lugar de nuestra diócesis: Villa Concepción del Tío. La visita de María se hace visible en ese espacio sagrado que custodia el Santuario de la Virgencita. Traigamos a la memoria las veces que lo hemos visitado, en la Peregrinación Juvenil, por ejemplo. Desde hace trescientos años nos acompaña su bendita imagen. El presente Año Mariano Diocesano expresa nuestra gratitud por su presencia materna.
¡Cuántas veces hemos visitado su Santuario! Pero, ¿no hemos experimentado que es Ella la que, en realidad, se ha acercado a nosotros? El Santuario hace visible un encuentro de gracia: rostros que se miran, corazones que se abren, plegarias que, del corazón, suben a los labios y se depositan entre las manos entreabiertas de María.
Y, ahora, del Santuario de la Villa pasemos a los otros lugares marianos de nuestra diócesis: Villa del Tránsito, Plaza de Mercedes, el gran santuario a María Auxiliadora en Colonia Vignaud. O, también, a las fiestas patronales de nuestras parroquias o capillas dedicadas a la Madre de Dios, con sus triduos, novenas, fiestas populares, procesiones y liturgias celebradas con honda fe. Algunas multitudinarias, otras con pequeños pero fervorosos grupos de fieles.
Demos otro paso: de nuestros santuarios, templos y fiestas marianas pasemos a la vida de cada día. Pienso en esas cosas tan concretas como una estampa o un cuadro de la Virgen en casa; el Rosario en el bolsillo o en el cuello o, sencillamente, un Ave María recitado en silencio. Así, María toca nuestra vida cotidiana y también rutinaria. Así, ella, como en Caná, nos alegra con el buen vino del Evangelio. Es madre y compañera en el camino de la fe.
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Para preparar esta carta leí algunos escritos de teología, documentos del magisterio y estudios bíblicos. Esa lectura me aportó ideas bonitas y verdaderas. Sin embargo, a poco andar, me iba dando cuenta de que no era de eso de lo que quería escribirles. Trataré de explicarlo.
María es una persona real, presente y activa. No un personaje del pasado que nos ofrece bellos ejemplos morales. El pueblo de Dios tiene de ella una experiencia muy concreta y viva. Sabe de su maternidad en medio de las circunstancias de la vida, especialmente las más complicadas. Es entonces que, como escribía San Bernardo, el discípulo “mira a la Estrella, llama a María”.
Cuando peregrinamos a nuestros santuarios o sencillamente pasamos las cuentas del Rosario hacemos una experiencia muy concreta de la presencia de María en nuestra vida. La sentimos junto a nosotros, tomándonos de la mano para transitar el camino del discipulado. “Sin María, el Evangelio se desencarna, se desfigura y se transforma en ideología, en racionalismo espiritualista”, decía hace ya mucho tiempo el Documento de Puebla (301).
En este Año Mariano Diocesano que estamos transitando, los invito a mirar la propia experiencia personal y comunitaria de la presencia de María. ¿Quién nos enseñó a invocarla? ¿La sentimos con nosotros? ¿En qué ocasiones hemos experimentado su presencia? ¿Quizás no hemos desarrollado todavía la dimensión mariana de nuestra vida cristiana?
Retomando las orientaciones de nuestro Plan de Pastoral Diocesano, quisiera ofrecerles, a continuación, algunos itinerarios espirituales y pastorales a recorrer, de manera más intensa durante este Año Mariano Diocesano que estamos transitando. El núcleo del Plan de Pastoral es el encuentro con Jesucristo que pone en marcha el discipulado misionero, hace de la Iglesia una comunidad en salida, en camino de reforma y conversión pastoral y nos acerca, como María en la Visitación y en Caná, a las necesidades concretas de los pobres.
1. De la mano de María sintámonos pueblo en camino. Soledad, abandono, encierro, individualismo. Estos parecen ser compañeros ineludibles de camino de las personas en los tiempos que corren. “Miremos a la estrella e invoquemos a María”. Ella tiene la habilidad de hacernos sentir familia, comunidad, pueblo reunido y en camino. Aunque el sonido suele no funcionar bien en nuestras procesiones, el hecho de caminar juntos rezando, cantando o en silencio ya es un signo de lo que somos: un pueblo de hermanos.
2. De la mano de María, redescubrirnos “primereados” por el amor de Dios. “Conversión” es una gran palabra del Evangelio que, gracias a Dios, hoy también ilumina nuestra vida pastoral. Conversión es la respuesta adecuada al amor de Dios que primerea nuestra vida. Toda la pastoral de la Iglesia ha de alimentar esta experiencia fundamental y fundante de la vida: soy amado por el Padre con un amor incondicional. María es la mejor maestra espiritual que nos introduce en esa experiencia. ¿No es lo que vivimos en sus santuarios?
3. Mirar a María como la más perfecta discípula de Jesús. “María, con su fe, llega a ser el primer miembro de la comunidad de los creyentes en Cristo, y también se hace colaboradora en el renacimiento espiritual de los discípulos. Del Evangelio emerge su figura de libre y fuerte, constantemente orientada al verdadero seguimiento de Cristo” (Aparecida 266). Más que multiplicar prácticas devocionales, este Año Mariano apunta a dejarnos evangelizar por María para convertirnos en discípulos misioneros de Jesús. En este año pastoral cada una de nuestras comunidades podrá plantearse cómo alentar esta experiencia. Con ayuda de la Junta Diocesana de Catequesis, nuestra diócesis está revisando el camino de la Iniciación Cristiana (anuncio, catequesis, liturgia, misión, espiritualidad). La meta es ofrecer orientaciones pastorales que nos ayuden a convertirnos en discípulos maduros de Cristo, a imagen de María.
4. Mirar a María como la imagen más lograda de la Iglesia misionera. Algunos cuentan que, cuando los cardenales se reunieron para elegir al sucesor de Benedicto XVI, el cardenal Bergoglio dijo, citando Ap 3, 20 (“Yo estoy a la puerta y llamo…”), que Jesús ya no llama desde fuera para entrar, sino desde dentro de la Iglesia para poder salir del encierro. Sé que estamos creciendo como “Iglesia en salida”. Sin embargo, necesitamos dar pasos de conversión más audaces. Lo tenemos que conversar en nuestros consejos de pastoral, en los decanatos y otros espacios de reflexión pastoral. “María es la gran misionera, continuadora de la misión de su Hijo y formadora de misioneros” (Aparecida 269). A ella volvemos la mirada como Iglesia diocesana que quiere renovar su ardor evangelizador.
5. Mirar a María, mujer fuerte y libre, cercana a los pobres. “Una Iglesia pobre para los pobres” es también una frase feliz y fuerte del Papa Francisco. Este es uno de los desafíos que hemos identificado en nuestro Plan de Pastoral. En el territorio de nuestra diócesis, las situaciones de pobreza extrema no tienen la dimensión que en otros lugares. Sin embargo, los rostros de la pobreza se multiplican, sin identificarse necesariamente con la carencia material. Pensemos, por ejemplo, en el mundo cada vez más vasto de las adicciones. Cada comunidad cristiana, en este Año Mariano, debería identificar con claridad aquellos lugares o situaciones de pobreza, exclusión y descarte que nos interpelan a imitar a María solidaria. Como diócesis, y con mucha esperanza, hemos iniciado el camino hacia el diaconado permanente. Es misión del diácono, a imagen de Cristo Servidor, ayudar a la comunidad a vivir el servicio hacia los más pobres.
6. Repasar lo que los evangelios nos dicen de María. La Palabra de Dios ha de inspirar toda nuestra vida cristiana. Por eso, los invito a buscar, con diversas iniciativas, en los evangelios la figura de María, madre y virgen, discípula y misionera de Jesús. Toda renovación genuina de la Iglesia pasa necesariamente por una vuelta al Evangelio. Así, por ejemplo, lo vivió San Francisco de Asís o, más cerca de nosotros, San José Gabriel del Rosario. Es el camino que nos está proponiendo el Papa Francisco. Redescubramos la figura evangélica de María para hacer más nuestra la vocación-misión que el Señor ha soñado para cada uno. De esta forma, el Año Mariano es continuación lógica del Año Vocacional que hemos vivido en este camino de aplicación del Plan de Pastoral.
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El lema de este Año Mariano Diocesano dice así: “Bajo tu mirada, Madre, seguimos caminando”. La mirada de María nos alcanza cada vez que peregrinamos a su Santuario (a la Villa o a cualquier otro lugar mariano de nuestra vida). Y, en la mirada de la Virgencita nosotros percibimos la mirada vivificante de Cristo resucitado. Los ojos de María nos alcanzan la mirada del Dios que ama la vida.
En esa mirada encontramos descanso para nuestra vida, pero también nos anima a seguir transitando los caminos de la fe, la misión y el servicio. Somos parte de una Iglesia peregrina y misionera que, en todas sus expresiones (parroquias, colegios, movimientos y asociaciones, consejos y encuentros pastorales) favorece la comunión, la participación y la sinodalidad para anunciar el Evangelio. Una Iglesia que no es propiedad del Obispo, del Papa o de los sacerdotes como pretende el clericalismo. Es de Cristo, y todos los bautizados, ungidos por su Espíritu y superando toda forma de individualismo, la vamos edificando cada día con el aporte de nuestro tiempo, talentos y bienes materiales. María y los santos son sus miembros más insignes. También los difuntos por quienes, cada día, ofrecemos el sacrificio eucarístico. Que la mirada de María ilumine nuestra mirada para ver a la Iglesia en toda la profunidiad gozosa de su misterio.
Pero también caminamos, animados por la fe de María, construyendo la sociedad a la que pertenecemos. María también nos ayuda a vivir con pasión nuestra misión como ciudadanos. Inspirados por el testimonio del Santo Cura Brochero y de tantos cristianos insignes, renovemos el compromiso por el bien común de nuestra Patria. Hoy, ese compromiso tiene algunos acentos particulares, entre ellos: trabajar por la cultura del encuentro, la inclusión y el cuidado de la casa común.
Bajo la mirada de la Virgencita, sigamos caminando los caminos del Evangelio.
+ Sergio O. Buenanueva